El viaje sin retorno a la isla

"Caminábamos por la arena y después de horas nos dimos cuenta de que ahí habían enterradas minas antipersonales -continúa-. El muchacho peruano que nos acompañaba solo repetía 'caminen, caminen'. Todo era lo mismo en el desierto hasta que pasamos por un río grandísimo y cruzamos por e...

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Published inMercurio (Santiago, Chile)
Main Author por CARLA MANDIOLA G. ilustración francisco javier olea
Format Newspaper Article
LanguageSpanish
Published Santiago, Chile Grupo de Diarios América 30.01.2016
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Summary:"Caminábamos por la arena y después de horas nos dimos cuenta de que ahí habían enterradas minas antipersonales -continúa-. El muchacho peruano que nos acompañaba solo repetía 'caminen, caminen'. Todo era lo mismo en el desierto hasta que pasamos por un río grandísimo y cruzamos por el agua. El peruano no nos dejó atravesar por un puente, no quería que alguien nos viera. No podíamos quedarnos ahí botados, si no sabíamos adónde ir. Me sangraban los tobillos y se me salieron algunas uñas del pie. Una muchacha se puso mal y querían dejarla botada. Caminamos desde las ocho de la noche hasta las seis de la mañana. El peruano desapareció cuando llegamos a Chile. Nos dejó botados. Llegamos a una playa en Arica donde un señor chileno pescaba. Él nos recomendó ir a un hotel. "Primero tomé con mi hijo un avión a Ecuador, donde no nos piden visa. Después anduvimos en buses, taxis y colectivos. Salíamos con frío y llegábamos a lugares donde no resistíamos los zapatos por el calor. Nunca supe dónde estaba. Un peruano nos acompañó todo el viaje, hasta llegar a Perú. Nos cobró 1.600 dólares para pasarnos a Chile en su taxi. En la frontera no tuvimos contacto con ninguna autoridad. Nadie nos detuvo, nadie nos preguntó algo. Pasamos por la migración, a una hora en que el peruano sabía que había cambio de turno. Cruzamos caminando con mi hijo y el tipo pasó con su taxi". [Carmen] no durmió hasta que llegó a Arica. Ahí el "coyote" le cobró 300 dólares por dos pasajes hasta Santiago; le dijo que ella no podía comprarlos, porque la podían descubrir. Al llegar, lo primero que Carmen y su hijo vieron fue la tienda deportiva de Estación Central. Eso fue el 2 de febrero del año pasado y desde entonces no han encontrado otro arrendatario que los acepte. "Trabajé en una tienda de pantalones donde el dueño era dominicano y me pagaba 250 mil por mes, con un día libre a la semana. Hice aseo puertas adentro por tres meses por el sueldo mínimo hasta que una amiga me dijo que podía trabajar como garzona. Al final era un lugar donde tenía que vender alcohol a hombres, algo cercano a la prostitución. Después me fui a recolectar fruta hasta que tuve el accidente".